Alrededor de un millón 700,000
personas padecen de depresión en el Perú y, aunque el número de casos no deja
de crecer en todas las edades, la mayor parte de la población no lo ubica como
un problema grave, pese a que sus efectos pueden ir desde un daño neuronal
hasta la muerte a causa del suicidio. Así lo informó el
director general del Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo
Noguchi, Humberto Castillo Martell, quien enfatiza que los trastornos mentales
no son respuestas inmediatas a las circunstancias que uno está viviendo.
“La mayoría de trastornos tienen primero
una base genética. Existe una cierta predisposición en algunas personas a
sufrir un trastorno o no. Luego están los trastornos asociados al estrés.
Cuanto más temprano es este, más severas son las consecuencias”, indicó
Castillo en entrevista al diario EL PERUANO.
El estrés puede
aparecer desde que nacemos y se relaciona con el vínculo con la madre. Si ella
brinda al niño alimento y cuidado cada vez que este lo requiera, el vínculo
será bueno; de lo contrario, habrán problemas emocionales.
“El niño es muy
vulnerable y cualquier falla adaptativa en la primera etapa lo va haciendo
vulnerable para la siguiente etapa. El estrés infantil tiene que ver con dos
elementos fundamentales: el abandono o la negligencia en su cuidado y estos van
a variar de acuerdo con la edad del niño”, detalla.
Explica que existe
una depresión en el primer año de vida, denominada anaclítica, que se apreciaba
en los niños hospitalizados, desvinculados de sus padres. Ellos no dejaban de
llorar por atención y, tras un tiempo, al darse cuenta de que no les harían
caso, guardaban energía y se ponía en fase de espera. Bajaban su nivel de
funcionamiento, esperando que los rescaten” y así entraban en fase depresiva.
En algunos casos, su
sistema biológico empezaba a fallar y terminaban muriendo.
“En la medida que se
crece, la expresión de la depresión y la ansiedad empieza a ser más tenue. Hay
niños que lloran y lloran, que no están seguros con nadie más que con la mamá,
que no quieren quedarse en el colegio (ansiedad y depresión por la separación),
pero ya más grandes se vuelven temerosos y tímidos.
A unos les sudan las
manos, tienen tics, se comen las uñas, se sacan el cabello, presentan
manifestaciones de angustia de tipo conductual”, detalla el experto.
ADOLESCENCIA
Al crecer, la
depresión se evidencia de otras maneras. A los 11 o 12 años, los síntomas toman
formas de ideas. Se les ve tristes, expresan temores a varias cosas.
En la adolescencia se
vuelven inestables, confrontacionales, no toleran la frustración. Empiezan a
tener actos autoagresivos, a golpearse, a cortarse, a tirar las cosas, son
explosivos.
ADULTEZ
En la adultez
aparecen las caretas, es decir, la posibilidad de enmascarar la depresión.
“Allí tenemos personas que están bien y que de un momento a otro cambian de
ánimo, se deprimen
por algún evento: una
separación, un fracaso laboral.
Una persona puede ser
muy ansiosa, pero como es el jefe o padre de familia expresa preocupación, está
pendiente de las cosas y no duerme por eso. Lo que está haciendo es darle
contenido a su ansiedad.
Lo mismo pasa con las
personas que cuando hay mucho tráfico gritan porque alguien se les cruzó o que
cuidan en exceso a sus hijos.
En la sociedad nos
damos mucho argumento para justificar nuestra ansiedad, estrés y depresión”,
señala Castillo. El adulto que es violento o tolera la violencia presenta
síntomas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario